OSCAR CARDOZO OCAMPO
La figura de Oscar Cardozo Ocampo se asocia con distinción a una buena parte de la historia de la música popular del Río de la Plata; con mayor presencia en Argentina y Paraguay, durante la segunda mitad del Siglo XX. Junto a Astor Piazzolla, Horacio Malvicino (mayores pero contemporáneos), Lalo Schifrin, Alberto Favero, Ernesto Acher y otros, forma parte de un grupo que ha logrado revitalizar la música de la región. A diferencia de generaciones anteriores, ésta no surge del ámbito “de tierra adentro” para proyectarse y consolidarse en los centros urbanos, sino por el contrario, son hijos del asfalto, egresados de Conservatorios, con sólida formación académica y que orientan su interés hacia las expresiones espontáneas del campo y la ciudad.
Formado en composición con Pedro Sáenz (discípulo de Artur Honneger en Paris) centró su actividad en el mundo del espectáculo como la comedia musical, el cine y las grabaciones discográficas. Su campo de acción se desenvuelve así, en una curva amplia y variada, uniendo sin prejuicios los extremos que van del más alto grado de refinamiento, junto a la Camerata Bariloche hasta la superficialidad absoluta de las comedias de Gasalla. En todos los casos, en el cielo y en el infierno, sobresale luminosa y profunda su cálida presencia, combinación mágica de ciencia, intuición y lucidez; suma de reflexión y originalidad. Él nos enseñó a disfrutar del sabor banal de una gaseosa y del encanto de un merlot. Cada acto en su momento.
Para “Cardocito” (como lo llaman los íntimos del gremio) la música no es “el arte de combinar los sonidos”, él la define como un sentimiento misterioso y santo que enciende el alma y la inclina a identificarse con las fuerzas más profundas de la naturaleza y que por medio de ella el hombre puede cantar su sentir, sus angustias, su resignación, el hado fatal, su alegría –en definitiva- el sentimiento de su trascendencia.
A partir de 1960 trabaja ininterrumpidamente en los centros musicales de mayor relevancia de América y Europa, principalmente en festivales y teatros de revistas. Colabora también en esta etapa con músicos de primer nivel como: H. Molina, M. Elena Walsh, Mercedes Sosa, Ariel Ramírez y Eduardo Falú.
Ha escrito música incidental para unas 36 películas, entre las que marcan presencia: Argentino hasta la muerte (1971), La Patagonia rebelde (1973), La Nona (1979), No habrá más penas ni olvido (1981), Pasajeros de una pesadilla (1983) y La redada (1990). En el campo escénico: La raíz y la tierra (1966), Cuánto cuesta el hierro (1968), Pan y Circo (1979) y Gasalla (1981 y 82).
En sus composiciones se funden elementos de la música académica con recursos de variadísima extracción: música popular de raíz tradicional latinoamericana, especialmente argentina, tango, music hall y jazz. A partir de la década del 80 introduce en su arreglos y creaciones, nuevas sonoridades provenientes de la utilización de la tecnología electrónica, incluso en géneros que tradicionalmente son reacios a innovaciones tímbricas como en Ciclo Dórico y Con la muerte y la vida.
Si bien su relación con la música del Paraguay, se produce de manera natural, genética, por ser miembro de una ilustre familia de músicos. Su padre fue el célebre folklorista Mauricio Cardozo Ocampo (1907-1982), su madre Fidelina (1915), cantante y sus hermanos Amambay (1945-1997) cantante, Anibal (crítico musical) y Mauricio, compositor y arreglador; el vínculo más sólido se genera a través de su amistad con José Asunción Flores y la veneración a su obra.
Con apenas 14 años de edad le corresponde la responsabilidad de participar como guitarrista en la grabación del segundo disco de Flores, en medio de los grandes maestros de la Orquesta del Profesorado Orquestal de Buenos Aires. Luego, en la década del 70 inicia su colaboración, con artistas paraguayos para la revitalización de la música popular de nuestro país, a través de sus arreglos orquestales para esa nueva fuerza juvenil de intérpretes como Vocal Dos, Oscar Gómez y participando como arreglador de inspirados temas presentados en los Festivales Internacionales de la OTI.
Conocedor a fondo de su oficio, desecha los vicios de la tradición decadente de las orquestas típicas de baile, que por entonces lograron reducir la música paraguaya a su mínima expresión, con fórmulas lamentables de armonías primitivas, golpeteos humillantes al teclado del piano, malogrados violines fuera de tono y dúos vocales que daban pena. Eran los tristes tiempos de la incursión y el furor de las orquestas electrónicas, siendo los folkloristas condenados al desplazamiento. Llega a ésta tierra -también la suya- con nuevos planteamientos sonoros, renovado contrapunto, claridad formal y sobre todo serenidad, ésta última virtud heredada de Flores. Nos enseña la belleza de las fórmulas sencillas, los secretos de los grandes maestros “una sola nota puede a ser más expresiva que mil acordes” y que no es suficiente el esfuerzo por lograr los resultados estéticos, hay que obtenerlos a partir de un mayor conocimiento técnico de la materia. Lo demás aportará la inspiración.
Su presencia más reciente, y más intensa, ha convulsionado las fibras del público, en sus presentaciones y mejor aún ha motivado de una manera casi hipnótica a una legión de artistas que venía trabajando sin pausa como el Grupo Sembrador, Ricardo Flecha, el legendario Agustín Barboza, Ñamandu, Lizza Bogado, la Orquesta Philomusica de Asunción, Berta Rojas, Dany Durand y otros. En cada uno de ellos dejó algo nuevo, vivificante. El espíritu fortalecido y templado para superar las limitaciones de una sociedad, que produce a diario frustraciones y la pérdida de los valores fundamentales de la vida. Su consigna cotidiana era vencer la desesperanza con creatividad.
En el campo de los arreglos orquestales quedan sus seguidores locales, los talentosos músicos Luis Álvarez y Lobito Martínez; ambos con una respetable trayectoria, surgieron de la música popular comercial y se inspiraron en los planteamientos de Cardocito en torno al tratamiento del material folklórico. Uno reflexiona acerca de la distancia que los separa para alcanzar su genio, otro que el mito Cardozo Ocampo, acabó. Habrá que esperar los resultados.
Por ahora la música esta callada, y si por momentos suena, lo hace con aflicción.
Fuente: artículo “OSCAR CARDOZO OCAMPO LA MÚSICA CALLADA”, publicado por LUIS SZARÁN el 04/09/2007. Registro espacio: http://www.luisszaran.org/